11/07/2017

50-Ichinén Sanzén.

El guerrero avanzó por el bosque, perseguía al demonio. El guerrero atravesó el desierto, yendo en pos del demonio. El guerrero se agazapó en el castillo, el demonio se le escapaba. El guerrero... Ichinén intentó enfocar, pero solo la voz de Nichirén lo pudo orientar. Veía ante si, como si fueran casillas, nueve o doce casilleros. Delante de su vista, ocupando todo su espectro visual. En cada casillero, una versión de una realidad, similares entre sí, diferentes mientras más lejanas se encontraran. Todo eso era ilusión. ¿De verdad lo era? Tenía que serlo. Y aun así, esto no era suficiente para marearlo. Si lo desorientaba que cada dos o tres minutos, una de las casillas cambiaba completamente y corría hacia un lado al resto, permitiendo que una nueva acompañara a las anteriores ocho. Al poco tiempo, una nueva aparecía... Así, el esquema se renovaba hasta que ya ninguna era la original y la versión de cada mundo que veía, era tan diferente a lo anterior o a su vida, que creía llegar a perder la mente en ese proceso.
Existía una versión de su ser que nunca se había ido del reino de su padre. Este guerrero era el guardián real de la reina. En otra versión similar, o una más en el futuro de ese mundo, se convertía en el emperador de todo el continente.  Existía otra donde moría sacrificándose para salvar a otros, en una parecida, él vivía. Pudo ver incluso el universo donde era el capitán de la nave estelar Daimoku. Pero mundos como esos le eran más lejanos y difíciles de ver. La abrumadora ola de visiones lo ahogaba.
-No te pierdas en lo transitorio, mantente en lo fundamental. Descarta aquello que solo es pasajero, revela la verdadera esencia de tu ser.-
La escena se transformó por completo, ya no vio casillas cambiantes frente a sus ojos de la mente. Era de día, el lugar era el patio interno en el Kaikan. Era el castillo de Menkalinam, donde había crecido.
-Angewiesen!!! Ven para aquí.-
El niño a quien llamaban pasó corriendo no muy lejos de Nichirén y él, pero era evidente que no los veía. La mujer que gritaba al infante, agitaba una cuchilla de cocina.
-No parece que quisiera matar al niño, pero si parece enojada.-
-La señora Weiss, siempre se molestaba cuando le "probaba" las comidas antes de la hora de la cena, o directamente de la olla hirviendo.-
El monje miró al chiquillo, reconociendo el parecido.
-Angewiesen. ¿Ese es tu nombre?-
Ichinén asintió, miró a su versión pasada, no sin poder evitar una sonrisa de añoranza.
-Ese era el nombre que mi padre me puso. Apenas nacido y profetizado mi "futuro tan brillante". Una anciana le dijo que mi futuro sería increíble, tres coronas en mi camino y no sé cuantas fantasías más. Viví bajo ese sino marcado, creyendo que eso vendría solo o que tal vez no tendría mucho en que intervenir.-
-Nuestro futuro, siempre depende de lo que construyamos con nuestras manos, no de alguien más. Es nuestro karma. Este concepto no debes entenderlo solo como algo negativo o punitivo. El karma está formado tanto por tus acciones positivas, como por las negativas.-
Ichinén intentó patear una ramita en el suelo y descubrió que ellos eran inmateriales para esa realidad. O esa visión era solo una proyección de su mente.
-¿Cómo fue que te llamaron Ichinén?-
-Provenientes del sur, de unas llamadas islas Shu Han o por ahí, llegaron al reino muchos inmigrantes que se te parecían. O al general Tigre de Piedra.-
-Algo similar a japoneses o chinos, en la versión de tu mundo.-
-Supongo que así sería. En el ducado de mi padre, en el castillo incluso, se aceptaba a cualquier persona que fuera cooperativa o tuviera un buen comportamiento. Extrañamente, mi padre era muy tolerante en este sentido. Así llegaron unos monjes budistas. Una vez, salvé a un gato de un incendio, la casa de un pastor se prendió fuego y yo saqué al animal. El monje vio como mi padre me reprendía por arriesgar mi vida por ese animal. Ante mi temeraria determinación, me llamó el "gran Ichinén". Ese fue mi nombre a partir de entonces.-
La escena cambió, por unos segundos sintió la misma vorágine de "casillas", versiones de los mundos, pasar delante suyo. Cuando sintió que no podía más de la saturación, el ambiente se asentó y vio humo. Nichirén y él estaban de pie frente a la casa que se quemaba, pareció la choza de un granjero, pero de varias plantas. 
-Este es el establo del ducado, uno de los tantos, pero si el más importante. La casa de un pastor, que vivía cerca, se prendió fuego y este se esparció. Magnus, uno de los hombres de mi padre, ideó el plan de salvar los caballos y dejar que los edificios afectados ardieran hasta que se consumieran. Ese fuego es tan... era tan furioso, que no valía la pena combatirlo.-
El maestro pudo comprobar que Ichinén decía la verdad, el fuego parecía no tener control ni arrasar todo lo que estuviera a su alcance.
-Lo olvides lo que te enseñé sobre las dos clases de fe, el fuego arde fuerte, pero acaba por consumirse en su propia esencia, agotando y destruyéndose en el proceso.-
-Es verdad, maestro. Eso mismo debió pensar Magnus. Ahí está.-
Ichinén señaló a un hombre de barba y bigote, con el cabello algo largo y ondulado, mirada severa pero gestos apacibles. Magnus daba órdenes para uno u otro lado, intentando que el fuego no se esparciera, gritaba a los criados para que apartaran carretas, paquetes de forraje, todo lo que pudiera llegar a tocar las llamas.
-Ang!!! Angus!!!-vociferó el hombre, desesperado.
Ichinén comentó algo sobre esa fascinación de acortar o deformar los nombres, quejándose de que era incoherente poner un nombre para luego acortarlo arbitrariamente.
Nichirén siguió los ojos del conmocionado hombre y vio como el niño, Angewiesen se trepaba por un techo que ardía furiosamente a pocos metros. Con decisión y gracia, subió a un descanso y allí agarró un gato que estaba atrapado en una parte alta del edificio. Con rapidez y presteza se lanzó hacía un paquete de forraje y rodó varios metros luego de caer. El niño gritó del dolor, ya que al caer se había lastimado un brazo.
-Aquí es donde recibo mi reprimenda.-dijo Ichinén.
El padre del niño Ang se acercó a la escena, con el rostro convulsionado de furia y temor. Lanzó una andanada de amonestaciones al revoltoso hijo.
-Y aquí es donde recibes tu nombre.-acotó Nichirén.
Dando un paso al frente, el Buda se acercó al padre del niño. Ichinén no comprendió en principio, pero al ver como Nichirén hablaba con los presentes, se dio cuenta que el poder del maestro le permitía intervenir en esa realidad.
-Lo que su hijo acaba de hacer fue un gran acto de coraje y determinación.-expresó el monje al padre de Ang-Ichinén.
El duque le devolvió una mirada severa, una que Ichinén conocía demasiado bien. Como la mirada del Buda estaba vacía de miedo, el duque no pudo más que asentir y aplacarse un poco.
-Tienes una gran decisión, niño. Eres de un gran “Ichinén”.-
El guerrero a su vez, sintió que el cerebro le explotaba. Recordaba ese instante claramente y ahora tenía una segunda perspectiva de ese evento, que se superponía con la “anterior” que estaba presenciando.
El joven y recién nombrado “Ichinén, dejo el gato negro que había salvado en brazos de una niña, que lo besó en la mejilla.
-Ichinén! Ichinén!-gritó un campesino.
Los rumores de admiración y los vitoreos, terminaron de apaciguar el furor del duque. Magnus intentó colaborar en ese sentido.
-Creo que el niño es temerario, pero eso le valido el cariño de su pueblo, milord. Eso no se logra fácilmente.-comentó el barbudo hombre.
El duque de Menkalinam pudo comprobar que aquello era verdad, la admiración sincera, el fervor de la gente, los rostros sonrientes; todo eso no podía ser creado de forma premeditada. Sucedía o no, pero no se podía comprar o manufacturar de alguna forma.
-Gracias, monje. Una anciana al nacer, nos había dicho que mi hijo sería conocido por otro nombre. Y que ese sería el de su leyenda.-
-Y lo será, puedo asegurarlo.-
El duque se giró y señaló directamente al adulto Ichinén, mirándolo a los ojos.
-Tú! No te quedes ahí, trae un poco de agua para asear a mi hijo y aplacar su sed.-ordenó el duque, haciendo que el guerrero vacilara de sorpresa.
Ichinén obedeció, queriendo que el fuego o algunas cuantas rocas los escondieran.
Nichirén se fue alejando poco a poco y el discípulo lo siguió.
-Maestro, es usted quien me puso ese nombre.-comentó Ichinén.-Es avasallante esta sensación de circularidad. El verme a mi mismo…-
El Daishonin asintió con la cabeza, sonriendo ligeramente.
-Un ser muy sabio dijo hace tiempo: “El invierno se convierte en primavera, no hay accidentes”. Lo que un mortal común entiende como el paso del tiempo, es solo una percepción que la visión de un ser iluminado puede llegar a trascender.
-Es decir, que podría ir a cualquier tiempo y cambiar algo. ¿Eso no sería peligroso?-
-Lo importante no es cambiar, sino saber que cambiar. En el universo, todo está sujeto al perpetuo cambio. Es la única cuestión constante, que todo cambia. Saber que modificar es lo que interesa.-
-¿Y cómo puedo descubrir eso?-
-Usando lo que verdaderamente importa.-
Ichinén lo miró con extrañeza, esperando la explicación.
-Lo único que verdaderamente importa es el corazón. Tu corazón estaba en salvar el gato de esa niña. Arriesgar tu vida por un ser vivo. Eso te ha ligado a través del corazón a los gatos. Por ello, Teban es tu guía.-
Ichinén concedió que algo había de verdad en ello.
-Los diez estados, multiplicados por la posesión mutua de los diez estados, por los diez factores de la vida y los tres ámbitos; dan como resultado los tres mil mundos en un solo instante de la vida. Es el Ichinén Sanzén. Estamos aquí y no estamos, es pero no es. Todo puede ser en el no ser. ¿Dónde te guía tu corazón?-
El guerrero entendió lo que el maestro estaba indicándole. El corazón lo llevaría al lugar indicado en. Se concentró en que sentía y como seguiría adelante.
-Eso es. Deja que tu esencia vital te lleve al siguiente paso en el camino. No persigas ilusiones o recuerdos del pasado que ya no están.-
El lugar al que se vieron transportados repentinamente estaba casi en completa oscuridad.  Lo poco que se podía atisbar era una ruina.
-¿Dónde estamos?-inquirió el guerrero.
-Adonde sea que tu corazón nos haya guiado.-
El guerrero utilizó su espada para hacer chispas y prender una improvisada antorcha. Entre el polvo, los pedazos de pared caídos; pudo distinguir un muro semiderruido. Unas pocas y pálidas estrellas se veían en un hueco del techo. Al alzar el fuego ante un rincón, halló un escudo de armas. Dos espadas cruzadas sobre un fondo de estrellas, con un sol, un fondo celeste y una nube que cruzaba.
-Oh, no. Tiene que ser una broma de mal gusto. No puedo estar acá.-
Nichirén no dijo nada, el guerrero no podía asegurar si el maestro sabía donde era ese lugar o solo lo sospechaba.
-Es la casa de mi padre, el Kaikan en Menkalinam, como ha quedado actualmente de seguro. Así lo dejaron los demonios que destruyeron todo el reino y el continente. ¿Qué significa esto?-
El Daishonin no dijo nada, pero Ichinén se respondió a si mismo.
-¿Aquí es donde debo venir? Esto es el pasado, mi futuro está en Kosen Rufu! No volver al dolor de lo que pasó.-
Ichinén se alejó durante unos instantes y el maestro lo dejó.
-Quiero irme de aquí, es muy doloroso ver todo lo que he perdido.-
-Quizás es eso lo que necesita tu corazón. Curar las heridas y te trae aquí para eso. No estamos seguros.-
-Yo quiero seguir adelante, el pasado no va a volver. Eso es lo que me has mostrado maestro. Esto ya es así. No me interesa cambiarlo.-
-Las cosas “están” así, Ichinén, no “son” así. Si determinas que son de una manera y no de otra, impedís la posibilidad del cambio. Si por otro lado, propones que solo están de una manera, te abrís ante la chance de que eso solo es pasajero y puede ser modificado.-
-Creo que algo más que una cuestión pasajera en esta tierra infecta, maestro.-
Nichirén cerró los ojos y se concentró, para luego de unos momentos, abrirlos y mirar en derredor.
-Aquí existe un portal que está conectado con Kosen Rufu. Es en esta tierra.-
Ichinén maldijo en susurros, lo que el maestro decía lo hacía sentirse ahogado.
-Hay algo más que demonios en estas tierras. Criaturas de toda especie moran en estos parajes. Me niego a volver.-
El Buda no dijo nada, Ichinén esperó un poco y luego habló.
-Quiero salir de aquí.-
Volvieron a estar en el cuarto del cristal. Nichirén lo miraba severamente.
El guerrero traspasó la puerta y retornó al bosque. Victoria estaba del otro lado, esperándolo. Él siguió de largo cuando ella quiso hablarle.
-¿Qué bicho le ha picado a Ichinén?-inquirió un poco para sí.
El Daishonin se le acercó y la tranquilizó.
-Dale un poco de espacio, necesita asimilar y superar ciertas cosas.-

El guerrero Ichinén se alejó por el bosque, con un gran bagaje de pensamientos encima.



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