3/31/2018

54-Gente del desierto.


Las puertas del salón de Ancira, capital de Desertus dieron paso a los dos hombres.
-El duque Ichinén de Menkalinam, de la corona de Azaláys, junto a su sirviente Johan.-anunció el ayudante de cámara. El salón era bastante espacioso, con tapices colgados de las paredes. El bardo hizo un comentario sobre lo extraño que le parecía ver alfombras en las paredes. Ichinén le corrigió que colgar esos adornos era una costumbre común entre muchos pueblos, aunque en algunas culturas ponían imágenes, los practicantes del islam no utilizaban figuras o representaciones humanas. No le pareció inadecuado hacerse pasar por sirviente, pero Ichinén temía que hiciera algún que otro comentario fuera de lugar. El emir los miraba gravemente, silencioso del otro lado del salón. Caminaron por una alfombra púrpura que marcaba el sendero hasta terminar cerca del altar elevado del emir, con detalles en dorado. El lujo del lugar era exagerado. Un hombre se acercó en su andar, saludando con apenas una inclinación de cabeza.
-Mi nombre es Jonás Pet, soy la mano derecha del emir Al Manzur, califa de Desertus. ¿Y ustedes son?-
Ichinén presentó a ambos, como habían acordado, harían ver como que Johan era parte de su séquito y no un compañero de igual a igual. Ichinén no estaba cómodo ni acostumbrado a usar los títulos de nobleza o marcar las diferencias sociales. Eso contradecía todo lo que habían aprendido con los tres maestros. Pero en ese califato, las castas sociales eran marcadas como a fuego. Jonás les indicó que debían inclinarse muy marcadamente ante el emir. Este no habló y hasta casi parecía un muñeco, visto desde lejos asemejaba ser real. Jonás hablaba por el califa, tal vez demasiado. Ciertos sutiles comentarios dejaron entrever que no estaban muy complacidos con la visita de extranjeros.
-No es nuestra intención ser intrusos, venimos aquí para advertirles de la amenaza creciente en la isla Kerkyra.-manifestó el guerrero, tratando de mostrarse todo lo protocolar que le salía.-En esas tierras, unas criaturas…-
-Ya tenemos embajadores de la región al sur de nuestras costas.-cortó en seco, Jonás.-
Chasqueando los dedos hizo una seña al guardia, el cual abrió una puerta al costado del salón.
-Adelante, estimados huéspedes.-
Los tres que entraron le paralizaron el corazón a Johan, pero a Ichinén lo hicieron llevar la mano al pomo de Daimoku. El más grande y que más atemorizaba a Johan, era una de esas criaturas que había avistado en Kerkyra. El más bajo era un oriental, que parecía japonés, pero Ichinén no estaba seguro de conocerlo. Al tercero y al parecer líder, sí que lo conocía bien; era Devadatta.
-Nos vemos de nuevo, duque venido a menos.-saludo el traidor primo del Buda.
Johan se envaró, listo para frenar a Ichinén si realizaba alguna acción impulsiva. Pero el guerrero se mantuvo inmóvil.
-Emir, le recomiendo que no confíe en estas gentes, si es que así puedo llamarlos.-
-Así que este es el último devoto de Nichirén.-comentó el japonés con Devadatta.
Ichinén lo miró como si fuera el viento polar.
-Este es Niko, antiguo discípulo de tu maestro, el Daishonin.-explicó Devadatta, que al parecer sentía que estaba en un mero encuentro social o de negocios.
-Otro de tu clase, presumo.-replicó Ichinén.
-Este gaijin debería aprender modales.-agregó Niko.
Ichinén miraba a ambos, casi como si fuera un resorte a punto de saltar. Escuchó a Johan que lo llamaba, a la calma, a la razón. Sabía que no podía pelear contra ellos, aunque fueran los peores enemigos de la humanidad. Aun a sabiendas de que eran los complotados en la destrucción de toda la vida.
-No entiendo porque tanta tensión, Ichinén, ni que hubieras visto un demonio!-Al decir esto Devadatta, la criatura detrás soltó un gruñido que quizás intentó ser una risa con sorna.- Ah, ya se, lo has visto. Dai Rokuten te ha permitido vislumbrar en el cristal, lo que viene.-
-Nichirén me llevó al cristal de Ichinén Sanzén y allí vi sus obras, como terminan.-argumentó el duque de Menkalinam.
-Estás errado, fue el rey del sexto cielo quien te permite ver o no. Nada sucede sin que él acceda a que ocurra.-
-En eso debo diferir. Mi decisión le es ajena, en eso no tiene injerencia.-retrucó el guerrero.
-Pues si lo has visto, sabrás que no hay chance. Es unirse o desparecer, ni siquiera es morir. La desaparición total de la existencia. Los seres humanos no serán ni un recuerdo en el universo, jamás habrán existido.-se jactó Devadatta.
Jonás, que hasta el momento había permanecido callado, intervino y encaró a Ichinén.
-Nuestros aliados en Kerkyra son amigos de esta tierra y nos protegerán de los infieles.-
-Jonás, no sé que te han dicho, pero su plan no es unirse a alguien contra otro alguien. Es destruir al que se opone a ellos y el que se les una, traicionarlo más tarde, cuando ya no haya opositores. No quieren vencer a nadie y esclavizar, eso es para mortales. Ellos son dirigidos por una mal que quiere la destrucción de la existencia, la desaparición incluso hasta de la historia.-
-Nada puede destruir la creación más grande de Dios que somos nosotros.-cacareó Jonás, con expresión de fastidio.-No vamos a confiar en la palabra de un infiel, un ser inferior, que no cree en el verdadero Dios. No estás en una posición para decirnos que hacer, duque de un reino decadente y destruido.-
Ichinén no estaba comprendiendo como alguien podía ser tan necio, ni tan siquiera sintiendo los insultos que le prodigaba.
-No puedes ser tan obtuso, Jonás. Es por su bien que les digo esto, no por el mío. Yo bien puedo irme y dejarlos a su suerte, pero vengo a advertirles.-
-Si no fuera que somos invitados del emir, le enseñaría modales a este noble de segunda clase.-pinchó Devadatta.
Ichinén se plantó cara a cara, muy cerca del que había hablado.
-Cuando quieras, sabes como encontrarme, al parecer.-
Jonás levantó una mano y los soldados de Desertus rodearon al grupo.
-Nadie hará nada contra nadie, a menos que el emir lo permita.-
Todos giraron a ver a la figura sentada, que levantó un brazo con tranquilidad, para agitar su dedo en señal negativa.
El regente de Desertus, que hasta el momento parecía apenas una estatua, se incorporó y caminó hasta ponerse a cierta distancia de ese grupo.
-Mucho tiempo hemos tolerado la presencia de infieles en nuestras fronteras, demasiado contemplamos su existencia hereje y permitimos sus degeneradas costumbres. Nuestros aliados nos permiten una fortaleza para aplastar a todos los enemigos. No habrá más arrogantes “kafir”, ni sus altaneras mujeres que contestan sin permiso.-
Al terminar de hablar el emir, Ichinén giró sus ojos a Devadatta y lo vio sonreír, gozando con la situación. Tenían al emir de Desertus totalmente en sus garras. La mano de Johan le sujetó el brazo, como diciéndole que ya era hora de irse, todo estaba perdido.
-Si no fuera que el emir es un hombre de honor y no permite que los embajadores sean lastimados, te pondríamos en tu lugar.-manifestó Niko, que era el que menos parecía capacitado para ejercer la violencia, con su apariencia de monje.
-Cuando salgan de estas fronteras y nos veamos de nuevo, a uno de ustedes le voy a cortar la cabeza.-sentenció Ichinén.-Por respeto al emir, estaremos en paz, dentro de Desertus.-
-Es hora de que se vayan, los quiero prontamente afuera. Me da repulsión, tener contacto con estos infieles.-agregó el emir, con total desdén y displicencia.
Jonás guió a Ichinén y su colega al salón contiguo, donde Ichinén intentó apelar a la sensatez del ayudante, explicando como los estaban engañando.
-Guárdate tus palabras, Ichinén. Eres tan necio como explicó Devadatta, no sabés cuando declararte vencido.-
Si había algo que exasperaba a Ichinén era la necedad, pero sumado a la altanería de los hombres del desierto, eso lo hacía querer vociferar.
-Esto no es una cuestión de quien gane, si yo o ustedes. Esos seres solo quieren destruirnos a todos, les importa poco el orden. Primero nosotros que nos oponemos, luego ustedes cuando bajen la guardia.-
-No somos tan cortos de inteligencia como tu gente, Ichinén.-
Johan asintió y le sonrió al ayudante.
-Claramente, su sagacidad es tan grande como la existencia de su Dios.-exclamó con expresión casi alegre.
Jonás asintió condescendiente, pero el bardo lo había dicho como una ironía. Tarde entendió la mano derecha del emir que Johan se lo había dicho como una ironía, antes de tomar del brazo a Ichinén y convencerlo de irse antes que se arrepintieran del salvoconducto. -Esta gente tan cambiante, bien puede anular cualquier amnistía que tengan para cualquier embajador. Sobre todo si cada cosa sucede a capricho del emir.-
Ichinén no replicó y se dejó llevar. Esa noche, Jonás golpeó las sábanas, recién acostado comprendió el cínico comentario del músico. Juró que mataría tanto a Ichinén como a Johan de verlos de nuevo. Algo que no pudo cumplir, más por falta de oportunidad que por falta de valentía. Saliendo de la capital de Ancira, Ichinén se mantuvo silencioso en el caballo que habían comprado, el que los llevaría al puerto. Unas lágrimas corrían por sus mejillas.
-Entiendo tu frustración, Ichinén. Pero conozco bastante a esta gente, es muy tozuda.-
-No me lamento por su obstinación, sino porque sé que esta tierra ya está condenada. Lo he visto. Las posibilidades que me mostró el Daishonin, los tres mil mundos en un solo instante, son los diferentes caminos que una decisión nos lleva por el sendero de la vida. La elección de aliados del emir, ha condenado a su pueblo.-
Johan iba a acotar algo, pero entendió la tristeza de Ichinén. Era demasiado injusto que por un necio, se condenara todo un pueblo.
El siguiente destino era el reino de Astur, en el extremo este del continente, cruzando el mar del norte de Desertus. Johan conocía de otras ocasiones a ese pueblo de orgullosos guerreros, tanto o más que los de Desertus. Rogaba porque no fueran tan necios como estos últimos, aunque en su abatimiento actual, sentía que nada iba a salir bien en el futuro. Ichinén con la vista clavada en el horizonte al frente, pareció alentarlo en forma muda e inconsciente. En sus ojos se veía la determinación de seguir adelante, no importaba el error del pasado. Esa mirada decía:
-Lo que importa es lo que hagamos de hoy, en adelante. Cada día es un nuevo punto de partida.-

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