6/24/2016

34-Weisses fleich.

Al día siguiente, despertó muy violentamente, una soldado la picaba con un bastón. Viendo que tardaba en incorporarse, la golpeó un par de veces. Ichinén se levantó hecha una furia. La soldado pareció asustarse, pero enseguida se llevó la mano a la cintura donde descansaba una de esas armas extrañas que todas portaban. Se contuvo de enfrentar a la mujer de uniforme y docilmente se fue adonde le ordenaban. Esa mañana fue de las más tristes que pasó esos días en ese pabellón o barraca, como le llamaran. Una mujer murió al caer de su cama alta, consumida por esa enfermedad que aquejaba a la mayoría. Sonaba como “Tifons” o algo similar. La hija, una escualida adolescente de no más de quince años, la lloraba desconsoladamente. Se llamaba Margot, decían. Su hija parecía más preocupada por su madre que por ella misma, cuanta devoción. A Ichinén el alma se partía en mil pedazos cada vez que vivía y presenciaba esas escenas de horror.
El día de trabajo fue esclavizante y doloroso, veía Ichinén. El cuerpo de la mayoria de esas mujeres no podía realizar ni el más mínimo esfuerzo, como estar de pie mientras ordenaban papeles o fabricaban algo que ella no entendía bien. Pese a estar atenta a cualquier indicio que le dijera quien era la Cronista, poco pudo vislumbrar. Las soldados las vigilaban constantemente.
Finalmente, el jueves aun no había encontrado a la cronista y sentía como el tiempo se le acababa, sabía que tendría que ver a la jefa del campo. Fraun Irma Grese, la bruja diabólica o el ángel de la muerte, como le decían a sus espaldas. Algunos apodos similares o derivados de esos dos, Ichinén no los comprendía.
El día viernes amaneció y la ansiedad la invadía, el tiempo corría y se acababa para encontrar a la cronista. En horas de la tarde fue llamada al barrracón de la jefa del campo. La hicieron ir por extraños cuartos, con esa arquitectura tan peculiar, como de choza pero de ladrillos, que en ese mundo se veía comunmente. Una soldado joven que no paraba de clavarle la vista a Ichinén, la condujo hasta el cuarto de Frau Grese. Sus indiscreciones debían ser famosas, viendo la poca reacción que otras demostraban. Irma Grese la miró como si fuese un insecto apenas entrar. Se encontraba recostada sobre un sillón, mientras una joven reclusa de rodillas le masajeaba en las piernas.
-Hazlo más fuerte, puerca.-se volvió como serpiente frau Grese a la asustada chica.-No soy débil como tu.-
Volvió a mirar a Ichinén y luego a la soldado que la había guiado.
-Y bien sargento Flusskraft. Cual es su número?-
Ichinén no entendió nada de aquello y solo se mantuvo en silencio. La sargento Flusskraft le tomó el brazo y leyó unos números allí escritos, Ichinén apenas los había notado. 
-2806421288.-
-Bueno. Preferiría usar el nombre de pila, cual es?-replicó la jefa.
A pesar de sentirse aludida, Ichinén no supo si responder con la verdad, con un nombre que les sonaría muy extraño, o seguir muda. La otra reclusa seguía masajeando sus piernas con parsimonia y en silencio, pese a los estragos en ese campo, la chica mantenía cierta belleza. Ichinén no pudo dejar de notarlo, pese a que se hallaba en un cuerpo de mujer ahora. 
-Según el registro, su nombre de pila es Agatha.-informó la sargento.
-Bien, dejenos solas.-
La otra soldado se retiró, haciendo una venia. Irma Grese se levantó como si nadie estuviera delante de ella proporcionandole masajes ni nada por el estilo. La chica se apartó a un costado, pero las piernas de la jefa aun asi la golpearon en la cabeza. Esto fue completamente ignorado por la dirigente del campo, por algo había escuchado Ichinén que la llamaban la “bestia bella.” Nunca espero estar en una situación como esa, tan incómodo y a disgusto en el mismo cuarto con dos mujeres tan bellas. Pero una era una tirana y asesina, mientras que la otra estaba tan aterrada como si la fueran a ejecutar pronto. Ichinén la miró con cierta pena, hecho que no escapó a los ojos de frau Grese.
-Hace muy mal los masajes, tiene brazos flacos.-la levantó de uno de ellos y levantó la parte de arriba de la ropa, dejando sus pechos al aire.-Aunque es muy bella... sus brazos no son los correctos. No es cierto, puerca?-
El tono de la última pregunta hubiera pasado por cariñoso en otras circunstancias. La joven prisionera temblaba de miedo y vergüenza. Irma Grese, buscó sus labios y la besó pese a una tímida resistencia.
Ichinén mantenía una expresión de circunstancia ante eso, casi como si de funeral. De donde ella venía cosas como esas no eran extrañas. Frau Grese la miró estudiando su reacción y no le gustó descubrir que no lograba el efecto deseado.
-Esta cerda se ha portado mal y me han dicho que no has hecho las cosas correctamente tu tampoco. Pero como tu falta es quizá más por omisión, tu tarea de redención ante mi será castigarla a esta.-
Le tendió la fusta que las sargentos llevaban en ocasiones. Ichinén la miró como si estuviera loca o la ofendiera aquello.
-Es bonita la furcia, pero debe aprender a hacer bien las cosas y con buena cara.-y la besó nuevamente, ignorando que la joven mantenía una expresión de desprecio disimulado con miedo.
Irma Grese, se volvió a Ichinén con una sonrisa malévola.
-Te repele esto?-
Ichinén enarcó una ceja.
-Una mujer besando a otra? De donde yo vengo, no es para nada extraño.-
-Y donde es eso?-
-No me lo creerías si te lo dijera.-replicó Ichinén.
-Si se lo dijera, señora!-gritó la mujer, abofeteandola con el reverso de la mano.-Guarda el respeto ante tu superior, puerca. Ahora, castiga a esta inutil.-
Ichinén apartó sus manos y se negó en redondo, firme como siempre.
-Te niegas? Te voy a matar si no lo haces.-amenazó la jefa.
-Lo hará de todas formas, eso no es mucha amenaza para una situación como la mía.-
Irma Grese no había tenido una prisionera tan extraña en ninguno de los tres campos en los que había estado. Ni tampoco tan rebelde, pero sin violentarse. 
-Me gusta esa fuerza que demuestras.-con una mano le tocó los pechos y con la otra le rozaba con el corto latigo sobre la misma zona.-Te diré esto, si obedeces, tomas su lugar, tus brazos son más fuertes y lo harás mejor. Ella vive y tu no recibes castigo.-
Ichinén meneó con la cabeza, no podía evitar oponerse, aunque no sabía como salir de esa situación en la que siempre iba a perder.
-Muy bien, le daré yo quince azotes y luego te tocará otro tanto.-concluyó frau Grese.-En el piso, puerca, levantate las ropas.-
La joven, llorando, se apoyó sobre rodillas y manos, suplicando ante el dolor que se venía. Irma Grese levantó el latigo sobre su cabeza y lo descargó en las nalgas desnudas de la joven arrodillada. El grito fue una mezcla de dolor, sorpresa y espanto. Ichinén no pudo evitar que su brazo tomara el de la jefa y la detuviera.
-No, no lo merece.-dijo Ichinén, sabiendo la retribución que seguro vendría.
El rostro de la jefa se transformó en pocas segundos en una máscara de furia, gritó llamando a dos soldados.
- Weiss! Flusskraft!-
Dos mujeres entraron, una era la más joven que había estado poco antes. La otra era más obesa y alta.
-Sujetenla contra la pared. Quiero que vea como sufre esta otra puerca, luego a ella le tocan cincuenta.-
Ambas mujeres la sujetaron fuertemente por los brazos a la pared, Ichinén intentó luchar pero era en vano. La más joven lo miraba fijamente y le ordenó quedarse quieta.
Irma Grese retomó la andanada de latigazos sobre la joven que yacía arrodillada en el piso, contó quince, ignorando el golpe previo a que Ichinén intentara detenerla. En los últimos la joven castigada sintió flaquear sus brazos y luego las piernas, los dos últimos dos azotes los recibió completamente acostada y medio desnuda aun.
-Quien te dijo que podías acostarte, puerca?!-vociferó frau Grese y le dio un golpe, siendo el 17.
Se volvió a Ichinén y sonriendo ordenó a las otras que le quitaran la ropa de arriba. Como ella se resistió, la más robusta le rompió el traje de prisionera. La jefa le dio un par de azotes sobre los pechos. 
-Que lastima que deba castigarte, pero voy a gozar que te arrepientas de no dejarme disfrutar de ti.-Y diciendo esto le retorció el pezón a Ichinén.
Ella acusó el dolor, con una mueca de disgusto.
-Por lo menos, de donde yo vengo, la gente accede a estar con otro por su propia voluntad. Ni los nobles ni los plebeyos deben obligar a otros para nada. El que obliga a otros es una basura débil y se lo persigue como criminal. No me extraña que en este mundo asqueroso, gente como tu lleve adelante las cosas.-le espetó Ichinén, dejando de lado todo intento de disimular y adaptarse.
La furia se convulsionó en el rostro de frau Grese.
-Denla vuelta! 50 azotes. Por la espalda, no podrá dormir de cómo la voy a dejar.-festejó a los gritos.
Los 50 azotes fueron casi 60, sin contar los que le dio delante. Ichinén se desmayó para el número 48. La sangre brotaba de su espalda a borbotones en el último. La jefa solo se detuvo cuando la más joven de las soldados le informó que Ichinén estaba inconciente. La otra chica castigada, lloraba tanto por ella por ver sufrir a quien la defendió. Cada azote al cuerpo de Ichinén, le recordaba que ella también había recibido lo propio. 
Sacaron el cuerpo de Ichinén, en una camilla, acostada boca abajo. La sargento Weiss ordenó que la llevaran a la enfermeria. 
-Yo lo hago.-dijo Flusskraft.
Mientras la llevaban por el campo, tanto prisioneras como soldados no podía evitar mirar al cuerpo de la camilla. El espectaculo era escalofriante y se podía ver en sus rostros, pese a que ya estaban acostumbradas a ver horrores. Al llegar al barracón de la enfermería, Flusskraft ordenó a una anciana y una joven que atendieran a Ichinén.
-Si, sargento.-respondió la anciana y le hizo una seña a la adolescente.
La mujer que yacía en la camilla abrió un ojo. Entre el dolor y el mareo, Ichinén recordó lo que Gatten había dicho. Era cuestión de tiempo a que la hirieran, pero la Cronista le curaría las heridas. A un costado, debajo de la camilla contigüa estaba su compañero Teban. Se encontraba con una expresión de espanto, muy de estilo felina, mirando fijamente a Ichinén luego a la anciana. 
-Eres la cronista?-le preguntó a la anciana.
La mujer la miró como quien mira a alguien que delira de dolor.
-No, ni siquiera se escribir bien, solo una gitana que terminó aquí por no ser del pueblo correcto.-
Estaban lavando la espalda de Ichinén, mientras conversaban entre ellas. Ambas estaban igual de demacradas y delgadas como el resto de las prisioneras.
-Tuvo suerte que la tomó con su espalda, la última que azotó por delante, tuvieron que amputarle un pecho.-
Ichinén seguía murmurando sobre la cronista, un poco por el sufrimiento y otro por el cansancio. Miró a Teban que permanecía en un rincón.
-La cronista... No la encuentro... Teban. La cronista...-
-La que escribe es ella.-dijo la anciana y se levantó para irse, la mujer dejo a la adolescente terminar el trabajo y se retiró de la sala. Con mucha dificultad, Ichinén giró el rostro y miró a la joven que le estaba desinfectando la espalda, era la misma que había perdido a su madre hacía pocos días. Teban se acercó a la camilla. Ichinén alargó la mano y acarició el flaco lomo del otrora robusto gato. 
-Estoy cansado, Teban.-balbuceó Ichinén.
-No flaquees ahora, Ichinén. Debemos encontrar a la cronista y salir de aquí. Vos podés.-
A Ichinén le dolió el tirón que la joven que lo atendía le dio y soltó un quejido. La adolescente había dando un respingo, un poco de sopresa y un poco por miedo.
-El gato... habla... lo escuché. Dijo lo mismo...-
Ichinén se sintió revivir un poco, pero su cuerpo no lo ayudaba mucho.
-Ichinén, la chica me oye.-afirmó Teban.-Sabés lo que eso significa?-
Ichinén sin muchas fuerzas, intentó asentir, lo comprendía.
-Que significa que pueda oirte?-inquirió la joven.
-Si ella puede oirme, eso quiere decir que hemos encontrado a nuestra cronista.-
Ichinén suspiró y trató de sonreirle a la chica. Pero el dolor le impedía levantar la cabeza de la almohada.
-Como te llamas, niña?-inquirió Teban.
La joven dudó, creyendo que había enloquecido por la muerte de su madre o el horror de los campos, pero el gato la miraba fijo y había sentido su voz. No lo estaba soñando.
-Me llamo Annelies Marie... Anne.-
-Bien, Anne. Debemos salir pronto de aquí.-sentenció el gato.

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